Damasco, 20 oct (SANA) Durante casi dos años, el hedor de la muerte impregnó la carretera del desierto sirio cuatro noches a la semana. No era un accidente, sino una operación sistemática y secreta, dirigida por el ex régimen de Bashar Al-Assad, que consistió en el traslado clandestino de decenas de miles de cuerpos desde una gran fosa común en Al-Qutayfah hacia un nuevo emplazamiento en el desierto de Dumayr, en un intento por borrar pruebas de crímenes de guerra y desapariciones masivas.
La operación, que comenzó en 2019 y se extendió hasta 2021, fue ejecutada bajo estrictas órdenes del palacio presidencial y con la supervisión directa del coronel Mazen Ismandar, conocido como el “Maestro de la Purificación”. Durante años, Ismandar había estado a cargo de las inhumaciones secretas del régimen.
Al-Qutayfah: la primera fosa
La primera gran fosa común estaba ubicada en Al-Qutayfah, una ciudad en la provincia Damasco-Campo. Allí se excavaron zanjas donde se enterraron cuerpos de prisioneros muertos bajo tortura, víctimas de interrogatorios y combatientes caídos. Activistas de derechos humanos descubrieron la fosa durante los primeros años de la guerra , y por largo tiempo fue considerada la más grande del país.
Según registros visuales y testimonios, la zanja inicial apareció en imágenes satelitales en 2012. En 2014, un activista filtró su ubicación e imágenes a la prensa, denunciando al régimen por esconder miles de víctimas.
Años después, informes judiciales y nuevas imágenes confirmaron la presencia de 16 zanjas; sin embargo, para el momento del derrocamiento de Al-Assad en diciembre de 2024, estas zanjas ya habían sido limpiadas.
El plan para ocultar los crímenes
A medida que Al-Assad consolidaba su control sobre el país hacia finales de 2018, el régimen planeó eliminar cualquier evidencia que pudiera implicarlo en desapariciones forzadas, asesinatos masivos o ataques químicos. Según testigos y documentos oficiales, la decisión de reubicar los cuerpos fue tomada tras recibir el respaldo de la inteligencia rusa, que instó a Al-Assad a “limpiar” el país de pruebas incriminatorias.
En respuesta, se ordenó el traslado de los restos desde Al-Qutayfah a un nuevo sitio controlado por el ejército en el desierto de Dumayr, a más de una hora de distancia. La operación se mantuvo en secreto durante seis años.
Una logística de muerte
Entre seis y ocho camiones partían del antiguo cementerio cada noche, excepto en festivos, días de nieve o en plena pandemia de COVID-19, cargados de tierra, restos humanos y gusanos. Los conductores tenían estrictamente prohibido salir de sus vehículos. Tres mecánicos, un operador de excavadora y un exoficial de la Guardia Republicana formaban parte del equipo logístico. Todos fueron obligados a guardar silencio bajo amenazas de muerte.
Uno de los testigos, el mecánico Ahmed Ghazal, relató cómo descubrió los cuerpos al reparar un camión: una mano en descomposición cayó sobre su asistente. Al preguntar, recibió una respuesta seca: “Son de Al-Qutayfah. Ordenaron retirarlos antes de permitir vigilancia internacional”. Ghazal, quien lideraba el convoy hacia Dumayr, confesó: “Si hablamos, moriremos. Y terminaremos como los que enterramos”.

Las excavadoras cavaron más de 30 zanjas en Dumayr, cada una de dos metros de ancho y tres de profundidad, cubriendo un terreno de aproximadamente dos kilómetros. Las dimensiones coincidían con imágenes satelitales analizadas por expertos forenses. En 2021, todas las zanjas habían sido rellenadas, y el terreno de Al-Qutayfah fue nivelado para ocultar cualquier rastro.
Evidencia desde el cielo
Más de 500 imágenes satelitales tomadas a lo largo de una década permitieron rastrear la construcción, expansión y reapertura de fosas tanto en Qutayfah como en Dumayr.
Imágenes aéreas tomadas con drones, junto con análisis de geólogos forenses, confirmaron alteraciones visibles en el color del suelo de Dumayr, producto del contacto con tierra trasladada desde Qutayfah.
Los registros también muestran cómo el alto mando, incluyendo al general Ammar Suleiman, el ex jefe de los servicios médicos militares y estrecho colaborador de Al-Assad, ordenó el cierre de carreteras internacionales para permitir el tránsito seguro de los camiones.
Hechos impactantes
Documentos oficiales del ex régimen incluyen sellos del coronel Ismandar, quien supervisó directamente las fosas comunes. Muchos funcionarios huyeron tras la caída del antiguo régimen en 2024, sin que se haya abierto hasta ahora una investigación formal sobre los cementerios clandestinos.
La Comisión Nacional para las Personas Desaparecidas informó haber contactado al Ministerio del Interior para preservar los sitios. También advirtió que la retirada desordenada de cuerpos podría obstaculizar su identificación debido a la falta de recursos técnicos y humanos.
La comisión calculó que al menos 160.000 personas desaparecieron a manos de las fuerzas de seguridad sirias, mientras que cifras del propio gobierno elevan ese número a unas 300.000 desde la llegada de Hafez Al-Assad a la presidencia en 1970. Muchas de estas víctimas estarían enterradas en docenas de fosas comunes repartidas por todo el país, cuya excavación y estudio permanecen paralizados.
Los esfuerzos para crear un banco de ADN y una plataforma digital para las familias enfrentan severas limitaciones por la escasez de personal y equipos.
El “Maestro de la Desinfección”
Mazen Ismandar, apodado por su equipo como el “Maestro de la Desinfección”, era el responsable del presupuesto de los Servicios Médicos del Ejército sirio, que supervisaba la atención de prisioneros y soldados. Ante el rechazo de otros organismos a encargarse de los entierros, asumió el control operativo de las fosas.
Las trincheras de Al-Qutayfah, excavadas con medidas específicas, cuatro metros de profundidad y hasta 90 metros de largo, recibieron cadáveres que en un principio llegaban cubiertos con sudarios identificativos. Con el tiempo, empezaron a llegar cuerpos sin identificar, vendados, esposados o simplemente desnudos. El olor se volvió insoportable, atrayendo animales carroñeros y provocando quejas de los residentes.
Un sepulturero que colaboró con el régimen y testificó en Alemania y Estados Unidos aseguró que Ismandar llevaba un recuento que, en su opinión, subestimaba el número real de cadáveres enterrados.
Una masacre aún abierta
La magnitud del traslado, según cálculos basados en la frecuencia de los viajes y la capacidad de los camiones, sugiere que decenas de miles de cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Dumayr. En la superficie aún son visibles restos humanos, incluyendo cráneos y huesos expuestos al aire.
Ahmed Ghazal, el mecánico, señaló que los cadáveres nuevos eran colocados junto a cuerpos en avanzado estado de descomposición. “La línea entre la vida y la muerte era muy clara durante esos viajes”, dijo.
Un funcionario local, cuyo nombre no se reveló, indicó que la falta de personal capacitado es uno de los principales obstáculos para verificar de manera adecuada el sitio. Una inspección está prevista, pero sin fecha confirmada.
Drones han captado miles de imágenes combinadas con mapas y registros satelitales que confirmaron cómo las excavadoras trabajaron para cubrir las zanjas y borrar todo rastro.
Un documento confidencial de inteligencia, fechado a fines de 2021, resume el objetivo de toda la operación: “El país debe estar limpio porque vienen invitados”, refiriéndose a visitas de observadores internacionales.
Hoy, tanto Dumayr como Qutayfah siguen siendo testigos silenciosos de crímenes enterrados en las arenas del desierto. Muchos familiares continúan buscando a sus seres queridos en el “lugar equivocado”, según Ahmed Ghazal, quien aseguró que hay otras fosas aún no descubiertas o completamente abandonadas.
La verdad, poco a poco, comienza a emerger, pero los cuerpos y la justicia siguen bajo tierra.
Por Watfeh Salloum
Con información de Reuters