Damasco, 8 dic (SANA) A las 4:30 a.m. del 8 de diciembre, las fuerzas revolucionarias ingresaron oficialmente a Damasco y alcanzaron la prisión de Sednaya, conocida como el “Matadero Humano”, uno de los mayores símbolos de represión del régimen. Allí liberaron a cientos de detenidos —hombres, mujeres y menores—, muchos de ellos en estado de shock tras años, incluso décadas, de encierro.
Paralelamente, en medio del avance sobre la capital, Bashar al-Assad huyó por un túnel que conectaba el palacio presidencial con el aeropuerto militar de Mezzeh, desde donde fue trasladado a la base rusa de Hmeimim, en la región de Latakia. Según reportes de prensa, ni su entorno inmediato ni altos mandos militares fueron informados de su fuga; su hermano Maher al-Assad también abandonó la capital en helicóptero hacia la misma base.
En cuestión de horas se desplomó el andamiaje militar, policial y político que había sostenido al régimen durante décadas. Las unidades de la llamada Guardia Republicana entregaron sus posiciones tras la pérdida de su comando central.
A las 6:15 a.m., el Comando de Operaciones Militares anunció oficialmente la liberación total de Damasco y la caída definitiva del régimen.
La salida del poder de Al-Assad, quien gobernó desde el año 2000 tras heredar el cargo de su padre Hafez al-Assad (1970-2000), fue vivida por amplios sectores del país como el renacer de una nación. Con sangre, perseverancia y sacrificio, los sirios escribieron un capítulo que quedará inscrito como uno de los más significativos de su historia contemporánea.
La victoria trascendió las fronteras. Para muchos, Siria ofreció al mundo la demostración de que incluso los regímenes más cerrados pueden ser superados por la tenacidad de un pueblo decidido a recuperar su destino. Tras seis décadas de opresión, Siria se abre ahora como un espacio de estabilidad, paz y reconstrucción para toda la región.
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