Idlib, 21 dic (SANA) En el extremo norte de la gobernación siria de Idlib se encuentra el monte Sumac, una de las montañas más escarpadas y difíciles de escalar de Siria. Cada diciembre, este lugar se transforma en un destino imprescindible para los habitantes de los pueblos cercanos, que acuden para contemplar los narcisos que brotan entre sus laderas.
A pesar de los caminos agrestes y peligrosos, mayores y niños se aventuran a recolectar estas flores. Algunos las venden directamente en la calle, mientras que otros las ofrecen en los mercados locales, obteniendo así un ingreso que, para muchos, resulta imprescindible.
El narciso, cuyo nombre proviene del griego narkào “narcótico” por el embriagador aroma de sus pétalos, comienza su ciclo con las primeras lluvias de octubre y florece aproximadamente veinte días después. Sus flores blancas, a menudo con matices amarillos, llenan balcones, ventanas y plazas de la región, ofreciendo una fragancia que embriaga el aire frío del invierno.
Los niños y el narciso
Para muchos niños, como Noha, de ocho años de edad, la recolección de narcisos es más que un paseo entre flores, es una necesidad. La pobreza y las consecuencias de la guerra la obligaron a abandonar la escuela para ayudar a mantener a su familia.
Su historia recuerda a la de la pequeña cerillera de Hans Christian Andersen, inocencia y trabajo duro enfrentando un mundo hostil. En el caso de Noha, la guerra y el desplazamiento cumplen ese papel de adversidad, reemplazando los juegos y la educación con jornadas largas y frías en las montañas.

El ciclo de vida del narciso es, en muchos sentidos, reflejo del de los sirios, florece en los días más fríos, resiste adversidades y se convierte en un símbolo de belleza y perseverancia. Así como la flor sobrevive al invierno, muchas familias en Idlib sobreviven a la guerra, el desempleo y el desplazamiento, encontrando en esta labor temporal una fuente de ingresos y dignidad.
Sustento estacional
En las aldeas rurales de Idlib, la recolección de narcisos no es solo una tradición estética, sino un sustento estacional. Cada mañana, las familias salen con cestas vacías, recorriendo los campos y laderas alrededor de Maaret Harma con la esperanza de llenarlas.
Sin embargo, los recolectores enfrentan peligros constantes como minas terrestres y municiones sin detonar que se esconden entre la vegetación, haciendo de cada paso un riesgo latente. Aun así, la falta de alternativas laborales los obliga a seguir.
La belleza y la fragancia de las sus flores las convierten en productos muy codiciados en mercados locales, zocos y para comerciantes de decoración. Sin embargo, la abundancia de oferta y la fluctuante demanda dificultan que los recolectores obtengan ingresos suficientes tras largas jornadas de esfuerzo físico.
En Idlib, el narciso es más que una flor, es un símbolo de resistencia y esperanza. Representa la capacidad de florecer pese a la adversidad, y la determinación de quienes, aun en las condiciones más duras, continúan viviendo y luchando por un futuro mejor.
Por Watfeh Salloum




