Damasco, 29 dic (SANA) En las primeras horas de la mañana en la región costera siria, cuando la bruma marina se entrelaza con el aroma de la leña encendida, nace el llamado pan de Navidad. No se trata únicamente de un alimento cotidiano, sino de una práctica social y espiritual profundamente arraigada, que conserva en su calor la memoria de generaciones y la identidad de las antiguas casas de piedra que entendieron el pan como historia, pertenencia y patrimonio.
Considerado uno de los tipos de pan más antiguos de las comunidades costeras, su denominación está vinculada, según los mayores, al concepto del “nacimiento” en su sentido más amplio: el nacimiento del trigo de la tierra, del pan del fuego y del amor que reúne a la familia en el hogar.
Tradicionalmente, su preparación coincidía con momentos específicos del año y con reuniones familiares, convirtiendo su elaboración en un acontecimiento en sí mismo.
El pan navideño se elabora a partir de harina de trigo local, molida de forma lenta, y fermentada con una masa madre antigua, cuidadosamente conservada y transmitida de generación en generación. La preparación se realiza sin prisas, mediante amasado manual y tiempos de reposo precisos, siguiendo un saber heredado más por la práctica y la convivencia que por recetas escritas.

Conocido también como pan de Navidad según el calendario oriental, es una variante del pan de Tanour que se distingue por la mezcla especial que se le añade, denominada “tashweesh”, motivo por el cual en algunas localidades recibe el nombre de “pan mashweesh”.
Esta mezcla incluye aceite de oliva, especias tradicionales, pimienta molida y semillas de nigella, que le confieren un sabor y aroma característicos.
En la tradición costera, las mujeres interpretaban el clima a través de la masa, cuya textura revelaba si el día sería frío o lluvioso, reflejando la estrecha relación entre el pan, la tierra y las condiciones naturales.
El Tanour ocupa un lugar central en esta herencia cultural. Más que una herramienta, es el eje de la vida cotidiana. El fuego se aviva con leña seca, se limpian cuidadosamente las paredes de barro y los panes se adhieren a la superficie caliente del horno. En ese instante, se libera un aroma singular que conjuga el mar, el bosque y el trigo.
Los niños aguardaban cerca del horno, mientras las abuelas distribuían el primer pan caliente como símbolo de bendición, ya que el primer pan siempre ha tenido un valor especial en la tradición familiar.
Lejos de ser una receta rígida, el pan de Navidad es una identidad en constante adaptación. Su forma y grosor varían de un pueblo a otro, pero conserva un espíritu común basado en la sencillez, la autenticidad y el sentido de comunidad.
A pesar de la llegada de hornos modernos y los cambios en los estilos de vida, este pan ha mantenido su lugar en la memoria colectiva.
En la actualidad, aún existen hombres y mujeres que continúan elaborándolo, no por beneficio económico, sino por lealtad a la tradición. En este gesto ven un mensaje silencioso, aquello que ha perdurado durante siglos no debe desaparecer. Son los guardianes de una memoria viva, que encienden el horno como antaño y enseñan a las nuevas generaciones que el pan, si carece de aroma y significado, pierde su alma.
El pan de Navidad es, en esencia, más que un alimento, es un patrimonio vivo escrito con humo y trigo, la expresión de un hogar sirio que preservó su dignidad y su identidad a través de un pan caliente. Mientras haya manos que lo amasen, la costa siria seguirá narrando la historia de antepasados que creyeron que el pan es vida.
Por Watfeh Salloum



