Latakia, 26 nov (SANA) En las estribaciones de las montañas que enlazan las gobernaciones sirias de Idlib, Latakia y Tartus, la temporada de recolección de hojas de laurel arranca cada año a comienzos de otoño.
La actividad, más que una labor agrícola estacional, constituye el principal medio de vida para miles de familias y un legado compartido que traspasa fronteras administrativas, reflejando una forma de integración natural y social entre comunidades diversas.
Un recurso económico y una artesanía arraigada
En estas zonas montañosas, los habitantes se dedican a la recolección, ya sea de forma individual o en grupos, aprovechando la experiencia acumulada durante generaciones.
La selección de las hojas adecuadas, junto con los métodos tradicionales de secado y envasado, conforman un conocimiento transmitido de padres a hijos.
Pese a lo abrupto del terreno, el comercio del laurel garantiza ingresos constantes: las hojas, frescas o secas, llegan a manos de comerciantes y plantas dedicadas a la extracción del preciado aceite.
Una geografía compartida que fomenta vínculos sociales
La presencia del laurel a lo largo de una única cordillera que une Idlib con la costa siria ha convertido la recolección en una actividad que supera las divisiones administrativas. Esa continuidad geográfica favorece la cooperación productiva entre los habitantes de distintas regiones, que comparten técnicas, preocupaciones y ritmos de trabajo, pese a las diferencias en clima y paisaje.
De la montaña a la fábrica: el viaje del laurel
El valor de la hoja no concluye con su recolección. Se trata de la materia base del famoso jabón de laurel de Alepo, uno de los productos artesanales más emblemáticos del patrimonio sirio.
Mientras Latakia y Tartus concentran gran parte de los bosques de laurel y del aceite que se extrae de ellos, los recolectores de Idlib aportan un volumen notable de materia prima, integrando así a las tres gobernaciones en un mismo ciclo productivo.
El jabón de Alepo, símbolo de un legado compartido
Aunque Alepo es el centro histórico de la fabricación de este jabón milenario, la mayor parte de las hojas procede de la costa y las zonas montañosas del oeste del país. Desde Idlib, Latakia y Tartus, el laurel fluye hacia los talleres alepinos, cerrando un circuito que combina agricultura, artesanía e industria y que muestra la interdependencia entre regiones.
Una integración que refleja la unidad de la vida siria
La recolección del laurel ilustra cómo el entorno natural, la tradición y el saber local convergen en un proceso que une a distintas provincias del país.
De norte a oeste, manos sirias colaboran en la creación de un producto patrimonial que encarna autenticidad e historia, y que sigue siendo fuente de sustento para miles de familias. Un ejemplo, en definitiva, de cómo la producción y la cultura continúan tendiendo puentes entre los sirios, más allá de su lugar de origen.
Por Fady Marouf



