Pocos recuerdan, sin embargo, que desde la independencia del poderoso del norte, la presencia de la mayor de las Antillas asomó como una apetitosa golosina que se quiso devorar la bandera de barras y estrellas.
Damasco, 2 nov (SANA) Extenso y tormentoso es el periodo que vincula las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y que se extiende hasta ahora cargado de sobresaltos.
Pocos recuerdan, sin embargo, que desde la independencia del poderoso del norte, la presencia de la mayor de las Antillas asomó como una apetitosa golosina que se quiso devorar la bandera de barras y estrellas.
En 1808, Thomas Jefferson planteó la compra de la isla. Y lo propuso al gobierno de España, que no aceptó la idea. “Vi a Cuba como la más interesante adquisición que se haya hecho al sistema de estados”, dijo luego.
En 1823, el secretario de Estado John Quincy Adams propuso sin ambages “la anexión” de Cuba como un requerimiento natural. La isla, “tendrá que gravitar inevitablemente hacia la Unión Norteamericana”, aseguró.
Desde entonces, el tema fue una fiebre en la política de Estados Unidos y asomó como una amenaza significativa para la pequeña isla de los mambises, combatientes de las luchas por la independencia.
Para Washington, Cuba era algo así como “la ventana” hacia el Caribe y por lo tanto pieza clave con vistas al dominio de los territorios situados al sur del río Bravo hasta la Patagonia.
José Martí, el prócer cubano, lo supo siempre. Por eso dijo, antes de caer en combate, en 1895: “mi deber es impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
Quizá la mejor oportunidad la tuvo la Casa Blanca en 1898, cuando en el fragor de la lucha de Cuba contra España el gobierno norteamericano resolvió ocupar militarmente la isla.
Este hecho estuvo precedido por la provocación del Maine, buque de guerra norteamericano destruido por una explosión en la bahía de La Habana, con un saldo doloroso de destrucción y muerte.
La cosa no resultó como lo esperaban los infantes de la Marina, y ellos tuvieron que retirarse ante el masivo repudio de la isla, no sin dejar dos nudos: la base naval de Guantánamo, y la Enmienda Platt, que sometía al Estado cubano a Estados Unidos. Mientras la primera subsiste, la segunda quedó sepultada en el olvido en 1925.
Luego de algunos años vino el dictador Fulgencio Batista y después el 1 de enero de 1959. Y el triunfo de una Revolución imbatible que liberó a Cuba de la dictadura y sacó de quicio a los mandamases del Imperio. Estos buscaron la forma de acabar con lo que juzgaron “una amenaza intolerable”.
INMENSOS DAÑOS MATERIALES
Idearon varias acciones, como la fracasada invasión mercenaria de Playa Girón en abril de 1961, pero la más monstruosa fue el bloqueo que cumple más de 60 años, el cual genera inmensos daños materiales a la isla y deja una dolorosa estela de sufrimiento y muerte.
Si se quiere ubicar el origen más remoto de esta barbarie, bien puede recordarse el ya célebre memorándum del subsecretario de Estado Lester D. Mallory, quien en 1960 sugirió aviesamente su concreción. Recordemos qué dijo:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba…
“…una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.
A lo largo de la historia humana se registran diversos episodios en los que un país más fuerte sometió a su adversario a un bloqueo, para rendirlo. Desde el sitio de Troya hasta el Cerco de Leningrado entre 1941 y 1944, la vida de los países conoció episodios de este signo.
Pero ninguno alcanza la magnitud del que hoy contempla el mundo. Los otros ocurrieron en tiempo de guerra. Este, en tiempo de paz, lo que lo hace inaudito. El más horrendo del siglo XX -Leningrado por la Alemania nazi- se prolongó algo más de 900 días, pero este va por más de 30 mil, y Washington busca no solo extenderlo, sino incluso perpetuarlo.
LA MEDIDA GENOCIDA DEBE LLEGAR A SU FIN
El mundo observa con horror este salvajismo sin freno. Por eso, desde hace 31 años, discute y aprueba una moción anual de condena al bloqueo impuesto contra Cuba.
Conforme pasa el tiempo, más países se suman a tan legítima iniciativa. En los últimos años, sólo Estados Unidos a Israel votaron en contra. Pero incluso este último se cuida de decir que lo hace por “lealtad” a su “mejor aliado”, no porque comparta la medida.
Este año, cuando la Asamblea General de la ONU decida la moción, seguramente ocurrirá lo mismo. La inmensa mayoría de países optará por respaldar la propuesta, y en contra, votarán tan solo los mismos de siempre. Nuevamente la humanidad dirá su palabra.
Pero el tema es otro: no basta aprobar una moción anual de condena al bloqueo para que éste concluya. La política norteamericana no se guía por la voluntad del mundo, sino apenas por los intereses de Washington.
Y esos ni siquiera son sus intereses. Son los de pequeñas camarillas financieras y guerreristas que convirtieron el régimen que sustentan en gendarme del capital y de los monopolios.
Por eso actúan dando la espalda a la humanidad entera. Hoy se dice que el mundo será mejor sin bloqueo. Y es verdad. Pero sería también mejor sin imperio. Lo confirma la historia y lo subraya la evolución de la política mundial en nuestro tiempo.
Cuba es garantía de paz, de solidaridad, de avances científicos y de mano tendida. Los peruanos podemos dar testimonio vivo de esto, porque percibimos la sangre y el brazo extendido de Fidel Castro y de su pueblo. Todos lo saben, igual que nosotros.
La votación en la Asambleas General de la ONU este 2022 debiera ser la última. El bloqueo genocida debe llegar a su fin.
Por Gustavo Espinoza M.
Fuente: Prensa Latina