Sin aquel reino de más de 3500 años de historia, jamás se habría preservado el rico y milenario legado cultural que Siria ya atesoraba y el que ha ido perfeccionado hasta nuestros días.
Damasco, 25 oct (SANA) En el principio fue Ugarit. La ciudad-estado que floreció entre los años 1500 y 1200 antes de Cristo al norte de la actual Latakia, en la costa siria. Sin aquel reino jamás se habría preservado el rico y milenario legado cultural que Siria ya atesoraba y el que ha ido perfeccionado hasta nuestros días. Tampoco se habría codificado el conocimiento desarrollado por civilizaciones como la egipcia o la mesopotámica, de las que Ugarit fue no solo tributaria, también custodia, intérprete y, sobre todo, escriba.
Fue en Ugarit donde las formas previas de escritura jeroglífica, pictórica, ideográfica y logográfica se sintetizaron en un alfabeto consonántico cuneiforme de 30 signos del que luego se derivarían otros, como el cananeo-fenicio, el arameo, el árabe, o el hebreo.
Sin Ugarit jamás se habría desarrollado aquello que se ha dado en denominar Occidente. Debido al carácter eminentemente comercial, viajero y cosmopolita del reino de Ugarit, su alfabeto también fue el antecedente directo de la escritura en griego y latín, lenguas madres de una cultura occidental que en esencia no deja de ser una simplificación binaria y casi exclusivamente visual de la más holística y multisensorial cultura oriental, de la que la Siria actual, epicentro de Bilad al-Sham , es destilado perfecto.
No en vano Siria ha sido la gran beneficiada del inmenso legado ugarítico. De ahí su carácter genuinamente multiconfesional, multiétnico, plurilingüe y en definitiva, integrador. Quizás por eso mismo ha sido y es objetivo permanente del orientalismo imperialista y colonial en su afán por descuartizarla y someterla. Una ideología nacida en Francia y Reino Unido y proyectada por Estados Unidos a todo el Occidente colectivo. Aproximación maniquea y excluyente tan bien diseccionada por el gran pensador shami palestino Edward Said y de la que se derivan subproductos como el choque de civilizaciones de Huntington. Formas excluyentes de entender un mundo pretendidamente en blanco y negro que de acuerdo al orientalismo se debe organizar en compartimentos estancos, opuestos obligados a luchar por la supremacía absoluta y la supresión o la sumisión del contrario.
Nada de eso tiene que ver con el legado ugarítico, que en su forma más pura se encuentra en Bilad al-Sham y en la Siria itinerante que es parte consustancial de aquel. La emigración siria, libanesa, palestina o jordana a nuestra América Latina ha encontrado en Ugarit su inspiración para enfrentar el viaje, adaptarse e integrar lo propio y lo ajeno precisamente a partir del mayor tesoro de la antigua ciudad estado: la escritura en tablillas de arcilla, muchas de las cuales se han preservado hasta hoy.
Al igual que para que no se olvidara los escribas de Ugarit consignaron en el poema titulado “Nacimiento de los dioses bellos y graciosos” el tránsito de una comunidad nómade a una sedentaria y la rica tradición religiosa ugarítica, los hijos de la emigración shami en América Latina han dejado testimonio imperecedero de su propio transitar. Ahí están el Diario Sirio Libanés de Buenos Aires, Al Islah, Al Murched, Mundo Árabe y tantas otras cabeceras de la prensa árabe y shami latinoamericana, ayer y hoy notarios de unas raíces en constante movimiento.
Mientras en Estados Unidos florecía Gibran Khalil Gibran, acá lo hacían, lo han hecho y lo hacen con igual fuerza Rashid Salim al Juri, Ilyas Farhat, Juan Yaser, Habib Estéfano, Zaki Konsol, Nazir Zaytun, Víctor Massu, Julio Mafud, Susana Cabuchi, Juana Dib, Benedicto Chuaqui, Mahfud Massis, Edith Chaín, Walter Garib, Diamela Eltit o Lina Meruene, entre tantas glorias de la literatura shami en árabe, castellano o portugués.
Letras en forma de poemas, novelas, crónicas, artículos de opinión, editoriales o epístolas que reflejan de manera tan fiel como creativa la sociedad de partida, la de llegada y la que se construye cada día. Textos que, en la más pura tradición ugarítica, y como sus propios autores, son holísticos y por lo mismo integradores. Por eso la presencia árabe, siria, libanesa, palestina, jordana y hasta egipcia ha sido tan fecunda, tanto para los hijos de la emigración shami y una madre patria de la que solo salieron físicamente, como para las sociedades latinoamericanas de las que también son parte esencial. Una capacidad para contribuir a la densidad cósmica americana que describió Pablo Neruda en su Canto General y en particular en los largos versos de “Alturas de Macchu Picchu”.
Sus compatriotas del grupo chileno de rock sinfónico andino Los Jaivas musicalizaron ese poema nerudiano produciendo un álbum homónimo interpretado en las ruinas de Macchu Picchu. Sus vestigios recuerdan los de Ugarit, también construida en piedra en la ribera del nahr Sinn, igual que la ciudad perdida de los Incas se levanta a los pies del río Urubamba. La obra audiovisual de Los Jaivas integra música, imágenes, versos, sensaciones e inspiraciones, honrando así la intención nerudiana, tan influida por su contacto con la cultura oriental, de la que Ugarit es perfecta síntesis como cruce de caminos de tantas rutas comerciales que iban y venían desde y hacia los lugares por los que milenios después anduvo Neruda. Desde Rangún a Colombo; de Batavia en Java a Buenos Aires; de la Argentina eternamente generosa con los libres del mundo a Madrid o París y de vuelta a Chile, siempre Chile. Experiencia multisensorial próxima a la transfiguración y en la que desaparecen el día y la noche; el acá y el allá; el cielo y la tierra; la vida y la muerte; el ayer y el hoy; el hoy y el mañana; la emigración y la inmigración. Todo se fusiona en un continuo movimiento integrador en el que el dios Baal de Ugarit puede compartir panteón con el Wiracocha incaico con la misma naturalidad con la que los campanarios y minaretes se entrelazan en el paisaje urbano de Damasco, Beirut, Al Quds, El Cairo, Amman, Bagdad, Antioquia o Chipre.
Viaje de ida y vuelta de una cotidianidad no menos importante a lo imperecedero. Desde la yerba mate que hoy se consume en Siria tanto como en el Cono Sur gracias a los expatriados que volvieron temporal o permanentemente al Bilad al-Sham del que salieron. Pasando por los jugadores de fútbol, rugby y otros deportes que desde Latinoamérica acuden con orgullo y regocijo al llamado de las selecciones de Siria, Líbano o Palestina. Así hasta el compromiso total con la Pachamama cuando los desmanes occidentales y sus subproductos la han intentado hollar. Ahí han estado los expatriados shami en la etapa final del imperio turco otomano y durante el periodo de los “mandatos” auto concedidos que siguió a la Primera Guerra Mundial para contribuir desde el Mahyar a la Nahda y la construcción de un discurso propio de afirmación y resistencia ante la occidentalización forzosa. Ahí han estado también durante la partición y ocupación de Palestina, la guerra sectaria impuesta al Líbano desde el sur o la reciente y multifacética agresión contra Siria.
Ugarit nos recuerda aquello de que lo que buscas siempre estuvo acá, es decir, en todas partes donde una tablilla de arcilla y los soportes y sistemas de escritura que sucedieron a los ugaríticos conservan para la eternidad el espíritu de la civilización del que somos depositarios. Sencillamente por eso Ugarit es para nosotros la Ítaca de los griegos; la Granada o la Córdoba de los poetas y literatos de la Liga Andalusí nacida en Brasil. En definitiva, nuestro camino y destino. Por todo eso, Ugarit nos convoca ayer, hoy y siempre.
Por Pablo Sapag M. Un investigador y Profesor Titular de Historia de la Propaganda, de la Universidad Complutense de Madrid, y es autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).
Fuente: Diario siriolibanés