“Europa es un jardín y la mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín. Los jardineros deben cuidarlo, pero no protegerán el jardín construyendo muros. Un pequeño y bonito jardín rodeado de altos muros para evitar que entre la jungla no va a ser una solución. Porque la jungla tiene una gran capacidad de crecimiento y el muro nunca será lo suficientemente alto para proteger el jardín”
Damasco, 23 oct (Prensa Latina) En una red social, una fuente anónima publica un mensaje de apariencia simple: la globalización, dice el mensaje, “es otro nombre de la colonización”, como lo son – añade- la conservación, la modernización, el desarrollo y el progreso. Algo nos dice esto, con toda la estridencia de sus limitaciones, sobre el proceso de desintegración de la geocultura en el sistema mundial creado en otros tiempos por el liberalismo triunfante.
Más nos dijo, como era de esperar, don Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para los Asuntos Exteriores, en la inauguración de la Academia Diplomática Europea en Brujas (Bélgica). Allí se refirió al lugar de Europa en el sistema mundial en los siguientes términos:
Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha podido construir, las tres cosas juntas. Y aquí, Brujas es quizás una buena representación de las cosas bellas, la vida intelectual, el bienestar. El resto del mundo […] no es exactamente un jardín. La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín. Los jardineros deben cuidarlo, pero no protegerán el jardín construyendo muros. Un pequeño y bonito jardín rodeado de altos muros para evitar que entre la jungla no va a ser una solución. Porque la jungla tiene una gran capacidad de crecimiento y el muro nunca será lo suficientemente alto para proteger el jardín.
Para esa labor de protección, agregó enseguida, los jardineros “tienen que ir a la selva. Los europeos tienen que estar mucho más comprometidos con el resto del mundo. De lo contrario, el resto del mundo nos invadirá, por diferentes medios y formas”.
Y esto es tanto más importante, añadió, porque “estamos viviendo también un ‘momento de creación’ de un mundo nuevo”, y “tenemos que mostrar nuestra unidad, nuestra fuerza y nuestra determinación.” El soporte mayor de esa determinación, agregó, consiste en que los europeos tienen “instituciones fuertes”, que constituyen la “gran diferencia” entre “desarrollados y no desarrollados”. Y el panorama que describió enseguida no pudo ser más consistente con la calidad del argumento:
Aquí tenemos un poder judicial, un poder judicial neutral e independiente. Aquí, tenemos sistemas de distribución de ingresos. Aquí tenemos elecciones que brindan libertad a los ciudadanos. Aquí tenemos los semáforos en rojo controlando el tráfico, la gente tirando la basura. Tenemos este tipo de cosas que hacen la vida fácil y segura. Instituciones, eso es lo que importa. Es muy difícil construir instituciones.
Y por último, tras enhebrar algunas reflexiones sobre la importancia de la identidad en el mundo contemporáneo, y la ventaja que para los europeos representa tener clara la suya, procedió a recordar a su audiencia el sentido de la misión que deberán asumir: “Conservad el jardín, sed buenos jardineros”, dijo, pero recuerden que su deber “no será cuidar el jardín en sí, sino la selva afuera.”
Todo esto, naturalmente, ocurre en el contexto de la guerra que libran la Unión Europea y la OTAN contra Rusia en el territorio de Ucrania. No fue de extrañar que la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, María Zajárova, resaltara en su respuesta a Alto Comisionado que «el jardín» europeo se ha formado «a expensas de la actitud bárbara ante el saqueo» del resto del mundo, y que «el sistema más próspero de Europa tiene sus raíces en las colonias, que fueron oprimidas sin piedad». Para Zajárova,
“esta lógica de la segregación y la filosofía de la superioridad eran las que sustentaban el fascismo y el nazismo.” La guerra mundial del siglo XX, que constó de dos partes– agregó- “comenzó con el deseo de Alemania de ‘restaurar la justicia’ y redistribuir las colonias europeas que no consiguió. Fue para vivir la misma vida próspera y explotadora que vivió la patria de Borrell, España, así como Francia, Reino Unido y Portugal».
Zajárova reivindica para sí un lenguaje que ya ha tenido una larga trayectoria en nuestra América, Asia y África. Capta con ello un elemento importante de la circunstancia de su respuesta a Borrell: el del proceso de desintegración de la geocultura creada en su momento para legitimar la formación y el desarrollo de un sistema mundial que se desintegra también. Esa geocultura se desarrolló sobre narrativas de conflicto: de la civilización contra la barbarie (1750-1850); el progreso contra el atraso (1850-1950), y el desarrollo contra el subdesarrollo (1950-1990), para ingresar en el siglo XXI con la consigna del desarrollo sostenible del sistema mundial realmente existente, en conflicto con su evidente insostenibilidad, expresada ya en el riesgo de extinción de la especie humana.
Borrell, por su parte, capta también ese proceso desde una raíz cultural aún más profunda. La identidad a la que se refiere, en efecto, consiste en ser civilizados en un mundo sumido en la barbarie, y llevar sobre sus hombros aquella “carga del hombre blanco” a la que se refirió algún ideólogo victoriano: la de cumplir la “misión civilizatoria” que el mundo Noratlántico asumió en sus relaciones con el resto de la Humanidad.
El carácter civilizador de esa misión recuerda el hecho de que entre nosotros fue el darwinismo social de Herbert Spencer el que abrió camino a Charles Darwin y su teoría de la evolución por selección natural- en la que prospera el que se adapta mejor a su entorno cambiante- en la cultura del Estado liberal oligárquico de fines del XIX. Y de aquellos tiempos data, precisamente, lo que advirtiera Martí en su ensayo Nuestra América:
El libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés.
Parafraseando a Martí, se siente uno tentado a decir incluso que nuestra jungla es preferible a la que pasa por jardín entre letrados artificiales. Acá sabemos que nuestras repúblicas “han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos”, y que en nuestros pueblos no es la imitación lo que hace falta, porque acá, entre nosotros, gobernante “en un pueblo nuevo, quiere decir creador.”
Por Guillermo Castro H
Fuente: Prensa Latina