Damasco, SANA
En un principio pensé escribir un artículo frío, calculado en cifras porque eso se supone debe ser el periodismo según casi todos los manuales de una profesión que, nació para decir una verdad objetiva, basada en los hechos o factos como los llamó Auguste Comte el genial sociólogo del positivismo. Pero no, me niego a hacer solo ese tipo de escritura si se trata de Palestina. Bien mirada las cosas tampoco suscribiría semejante estilo por ninguno de los pueblos de este sufrido mundo, gobernado por una banda de cínicos que incentiva una escritura “aséptica” y por ello al final mentirosa y cómplice.
Mas no disgreguemos que el objetivo de esta columna es sangrar por la herida, es proferir un grito de dolor y de rabia ante la pasividad de una comunidad internacional, al parecer acomodada en su zona de confort de un mal llamado conflicto israelí-palestino, cuando en realidad se trata de una usurpación colonial, de las tantas que vivió el planeta después de la Segunda Guerra mundial, o es qué ya nadie se acuerda del proceso de luchas emancipatorias del Tercer Mundo, de las que emergieron Vietnam, China, Angola y hasta con sus peculiaridades la India.
Un caso bochornoso
A Palestina le pasó lo contrario. Luego del reparto a que fue sometida por las principales potencias, léase Francia y Gran Bretaña, y luego de la inacabada Revolución Árabe (desde las décadas del 20 al 40 del Siglo XX), Estados Unidos colocó al sionismo en el mapa geográfico, dotándolo de un país. Pudo haber sido cualquiera: Argentina o Kenia, ideas anteriores al apoyo británico de 1917 que, asentó la noción de que, en definitiva, Palestina era la tierra de la expulsión de los judíos bíblicos. También influyó la amplia comunidad judía por esos lares, aunque vale recordar que eran minoría demográfica frente a los palestinos.
Nadie niega el genocidio sistemático que el pueblo judío (congregado por religión y no por raza como se sostiene con ligereza) ha sufrido a lo largo de la Historia: desde la Inquisición de la Santa Iglesia Católica en el Medioevo, hasta la barbarie -que todavía estremece el alma- del nazismo alemán. Sin embargo, no se trata de colocar en una balanza de la justicia que pueblo ha sufrido más por acumulación. Tampoco es antisemitismo, los verdaderos credos se defienden por sí solo.
Acá en el siglo XXI la cuestión está en condenar a la ideología que sustenta al sistemático genocidio contra el pueblo palestino, y que tiene marca sionista, cuya larga y paciente carrera comenzó a mediados del siglo XIX con el austriaco Theodor Herzl, padre fundador de tan nefasta doctrina. Esa que le da cuerpo al actual Estado de Israel, que tiene como base de su constitución el exterminio de los árabes (y le ha añadido sutilmente el de los persas), y que, incluso se autoproclama Hogar de los judíos por antonomasia, algo que ha sido rechazado por los judíos de bien que viven, por voluntad propia, en muchas partes de este mundo loco y cruel.
Locura asentada, más que en desviaciones del intelecto, en la enfermedad del egoísmo que corroe al capitalismo, esencialmente depredador e inhumano. Solo así puedo explicarme por qué todavía, a pocos días de que Donald Trump lanzara la iniciativa del Acuerdo del Siglo para Palestina, no se hayan levantado los discursos condenatorios en las más diversas tribunas mundiales. Y no hablo de las masas populares porque incluso en Chile, en medio de la lucha tenaz de ese pueblo, las chilenas y los chilenos cabales han lanzado sus consignas por una Palestina Digna y Libre.
¿Cómo pueden dormir?
Me refiero a esos que en el reciente foro de Davos llamaron ¡oh, a la cordura y a la mesura!: no contra el recrudecimiento del calentamiento global, ni contra la brutalidad de la policía; ni en París, ni en Bogotá ni en Santiago de Chile. Tampoco ese “encumbrado” Club de ricos se estremeció de dolor ante el paludismo en África, ni por el abandono social de tiempos de desastres naturales del pueblo puertorriqueño, ni contra la éticamente sucia carrera armamentística. No. La advertencia de la necesidad estratégica de parar un poquito, solo un poquito, el expolio, la corrupción y las políticas ladronas del capital financiero no se hicieron en el nombre de los pobres, sino en el de ellos mismo. Se hizo a nombre del Poderoso Caballero Don dinero.
Hubo un llamado de atención a robar menos para que la gente tonta- eso creen que somos los de “abajo”- apacigüe sus pasiones en las calles y en la articulación de los frentes de lucha anticapitalista. El llamado de atención fue al mejor estilo del Gato Pardo, de “cambiar” para que no cambie nada. Hacer como que entendieron la necesidad de “restaurar” la “democracia” (siempre burguesa y a lo sumo socialdemócrata, nunca revolucionaria) para que el pobre vuelva a estar contento con su miseria, envuelta en celofán con las anécdotas de alguna realeza del pop music o alguna telenovela de OGlobo o serie humorística financiada por el Grupo Prisa.
Una causa por la que luchar
Si este es el trasfondo del cinismo de las grandes potencias entonces ya tengo mi respuesta de por qué todavía Palestina tenga que soportar que el actual presidente estadounidense la desprecie con un Plan que, en su momento llamé, la Ignominia del Siglo. Pero, en la constatación de este facto, siguiendo lo aprendido en mis lecciones de Sociología, no hay cabida para la resignación porque hay millones de seres humanos sobre los que pende el peligro del exterminio de la mano también del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, impulsor de la anexión de los asentamientos judíos en Cisjordania, el Valle del Jordán y el norte del mar Muerto.
Me insubordino frente la idea de que los niños palestinos de la franja de Gaza asesinados sean nada más que números. No, eran personitas, detenidas para siempre, desgajadas de sus juegos, de los abrazos de sus padres, del futuro incierto que les esperaba mas posibilidad de existir. Visto de este modo no son factos son tragedias humanas, y de las peores.
Y sin negar nada de lo anterior, paso a los hechos, a lo tangible, a los factos. Es imposible hacer periodismo sin acudir a las estadísticas, a la realidad como sustrato para cualquier análisis, y aunque, es deber de todo periodista revolucionario dolerse de la injustica y denunciarla, tejiendo redes solidarias sobre la base de las emociones a flor de piel y con las pupilas llenas de horror por el otro, ese desdoblamiento de amor estará avalado por los hechos irrefutables.
A la prensa indiferente y a sus amos (¿los mismos de Davos?) un poco de su propia medicina: En Gaza la mortalidad infantil es de 10, 5 por mil nacidos vivos. Informaciones transmitidas por el Monitor de Oriente, indican que según el director del Comité Popular contra el Bloqueo de la Franja de Gaza, Yamal Judari (corroboradas por la Federación General de Sindicatos Palestinos), “los niveles de pobreza y desempleo que sufre la mayor parte de la población palestina de la Franja es del 85 por ciento, por debajo de la línea de pobreza, y que las condiciones de vida son trágicas dado que la capacidad para comprar alimentos y otros bienes se reduce continuamente”. Los sindicatos denuncian además “que el desempleo afecta a más del 54,9 por ciento de la población activa, lo que constituye un grave indicador del deterioro de la economía de Gaza”.
En un chantaje sin precedentes, el gobierno estadounidense, en enero de 2018, decidió cancelar los fondos que provee a la Agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (Unrwa), lo cual lastra los servicios y asistencia que la entidad humanitaria provee a “más de 5,4 millones de refugiados palestinos en Cisjordania, incluido Jerusalén Este, Gaza, Jordania, Líbano y Siria”, denunció en su momento HispanTV.
Por su parte el sitio digital PalestinaLibre.org dio la triste cifra, trasmitida por el portavoz del Centro de Estudios de los Prisioneros Palestinos, Riad al-Ashqar, de que, a inicios de 2019, Israel arrestó y torturó a 67 niños palestinos, lo cual es una medida violatoria de los tratados internacionales. El régimen de Tel Aviv arrestó a más de mil 467 niños en 2017, y a mil 63 en 2018.
Si estos hechos o factos no convocan a la movilización mundial, al decoro ciudadano, al empuje solidario, a esa fibra sensible con la que nace todo ser humano, no sé entonces para que sirve el ejercicio del renombrado “periodismo objetivo” de los ricos. Yo me quedo así con el periodismo militante y rabioso, por apasionado, de los “tontos”.
Por María Victoria Valdés Rodda
Revista Bohemia