Damasco, SANA
Las raíces del mal, que durante años se extienden desde Washington y Tel Aviv, tienen resultados actuales que intensifican las tensiones, intentan desarmar a la resistencia palestina y aumentan el acoso contra Siria.
El primer resultado es el anuncio para aplicar el llamado Acuerdo del Siglo, rechazado casi unánimemente por la mayoría del mundo árabe, diversas organizaciones palestinas y los más de medio millón de ellos que conviven en Siria.
Un segundo resultado es que avizora un creciente acoso contra esta nación del Levante, pues la denominada Nueva Palestina contemplada en ese ‘acuerdo’ colinda con este país a lo largo de más de 200 kilómetros, de ellos medio centenar justo frente a las ocupadas alturas del Golán.
Además de prever el desarme de las fuerzas palestinas, la ‘idea’ de Donald Trump, en correspondencia con los objetivos del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, contempla el control absoluto del Valle del Jordán, la mayor y más importante fuente de agua potable para Siria, El Líbano y Jordania.
Asimismo, otorga ‘legitimidad’ a los miles de colonos judíos y los territorios que ocupan en Cisjordania y la Franja de Gaza, un paso ya efectuado en los mil 200 kilómetros cuadrados para los más de 30 mil establecidos en el Golán sirio.
Entonces, las raíces del mal que intentan ahora ampliar y extender tienen antecedentes desde 1967, cuando el régimen sionista de Israel desplazó del Golán sirio ocupado a más de 150 mil pobladores originales y destruyó y ‘colonizó’ las áreas de 164 villas y 146 granjas agrícolas.
Asimismo, de manera paulatina, el régimen sionista aumentó el control sobre los recursos hídricos del Valle del Jordán con más de 700 millones de metros cúbicos de agua anualmente, dejándoles y disminuyendo cada vez más, los 260 millones para Siria, 320 millones a Jordania, 106 millones para Palestina y 10 millones hacia El Líbano.
En cuanto a la distribución de agua para la agricultura, Israel utiliza el 90 por ciento y Siria apenas el ocho por ciento, cifras aún más bajas para los territorios palestinos ocupados, Jordania y El Líbano, algo calificado de irrazonable y altamente inequitativo, según un estudio de la Escuela de Economía de Londres, Reino Unido e incluso para las Naciones Unidas.
De igual forma y en ese sentido, Tel Aviv asume la casi total explotación acuífera del lago Tiberiades, al sur de los Altos del Golán y apenas mencionado en el denominado ‘acuerdo’ e ‘institucionaliza’ los intereses de las compañías Mey Eden y Goolan Height Winery, encargadas del procesamiento de agua mineral y vino, respectivamente. Asimismo, asume la explotación del turismo de verano e invierno en las laderas ocupadas del Monte Hermón, además de la reserva natural de Gamla, los baños termales de Hamat y la estratégica área de Jabal Al Sheik.
A estos detalles, de los que no se habla en el ‘acuerdo’ hay que agregar que a los palestinos, libaneses y por ende a Siria, se les niega el acceso para la exploración y explotación de petróleo y gas a lo largo de 83 kilómetros de costas del propio Israel, Gaza, Siria y Líbano y donde sin embargo, opera desde el 2015 la Afek Oil and Gas, filial de la transnacional estadounidense Genie.
La zona mencionada comprende también los yacimientos de gas de Tarmar y Leviatán, donde están presentes desde el 2013, compañías de Israel, Estados Unidos y la British BG Group.
Jericó, Hablus, Nebrón o Gaza son, y serán aún mas, localidades palestinas aisladas en un territorio fragmentado y por extensión una variante ya aplicada en el Golán sirio, donde cuatro poblados están rodeados por los ocupantes colonos judíos, algo que Naciones Unidas ha sabido siempre, pero desde cuya sede proceden voces que admiten la aplicación del mencionado acuerdo.
Las raíces del mal siguen extendiéndose y para analistas y expertos, son la esencia de la prepotencia estadounidense y su más fiel aliado en la región, el régimen sionista de Tel Aviv.
Por Pedro Garcia Hernandez
Fuente: Prensa Latina
F.M