Para Elier Ramírez, historiador y subdirector del capitalino Centro Fidel Castro Ruz, los documentos y testimonios de la época revelan cómo Kennedy sintió “en carne propia” la inminencia de una guerra termonuclear con terribles consecuencias en el escenario mundial.
Damasco, 28 oct (SANA) El fin de la Crisis de Octubre en 1962, pactado entre la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos sin la presencia de Cuba, incluyó el compromiso del presidente John F. Kennedy de no invadir la isla.
Ese aspecto incumplido una y otra vez durante las décadas siguientes resultó una de las condicionantes para aliviar las tensiones entre las potencias y evitar una guerra nuclear, tras el descubrimiento de la presencia de cohetes soviéticos en la nación caribeña.
Washington y Moscú pactaron la retirada de ese armamento y también el repliegue de los misiles norteamericanos en Turquía e Italia, pero, respecto a la isla, la palabra de Kennedy y su promesa, reflejada en una carta al dirigente Nikita Jrushchov, no fueron suficientes.
Como advirtió la dirección cubana y, en especial, el líder Fidel Castro, continuaron las invasiones a menor escala, el financiamiento a bandas armadas, los sabotajes y la conformación de grupos con la participación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y mercenarios derrotados en Playa Girón.
AMBICIONES HEGEMÓNICAS
René González Barrios, director del Centro Fidel Castro Ruz y expresidente del Instituto de Historia de Cuba, valoró la autoctonía del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, pues emergió sin el aval o el amparo de alguna potencia y con el apoyo de las masas populares.
En declaraciones a esta periodista, el académico recordó que esa victoria de mediados del siglo XX responde a la rebeldía nacional contra la explotación desmedida de las transnacionales norteamericanas y enjuicia todos los desmanes de los gobiernos de turno y las ambiciones hegemónicas de Washington.
“Desde que surgió como país, Estados Unidos tuvo pretensiones de dominio sobre la isla, primero durante la colonización española y luego en el periodo de la República Neocolonial, cuyo nacimiento está marcado por la Enmienda Platt, una limitación a la soberanía”, evocó. Cada presidente cubano, sentenció, tuvo a un embajador, representante o funcionario de la Casa Blanca que determinaba el destino del país caribeño y bajo cualquier pretexto la administración norteña enviaba a sus marines, para un total de cuatro intervenciones militares: en 1898, 1906, 1912 y 1917.
Por ello, el nacimiento de un estado independiente, antiimperialista, latinoamericanista y solidario contrastaba con los intereses de Washington, que siempre tuvo claro entre sus objetivos inmediatos evitar la consolidación del proceso revolucionario.
La Ley de Reforma Agraria fue un parteaguas en esos vínculos bilaterales y la administración de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) reaccionó con el impulso de la hostilidad y la subversión, el estímulo a la deserción, planes de atentado contra los dirigentes, sabotajes y creación de bandas en todo el país.
Además, pretendían que la invasión a Playa Girón, punta de lanza de una incursión de la infantería marina norteamericana, estableciera una cabeza de playa, un gobierno provisional e hicieran el llamado a la ayuda militar de los países integrantes del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
«Esa derrota en abril de 1961 fue una espina muy dolorosa en el orgullo del imperio», agregó González Barrios, de ahí el empleo de nuevos métodos, fomentaron los ataques piratas contra posiciones estratégicas en la isla y la búsqueda de pretextos para una irrupción directa.
Por ejemplo, la Base Naval de Guantánamo, antes y después de la Crisis de Octubre, constituyó un significativo foco de tensión permanente, pues desde ese territorio ocupado ilegalmente realizaban disparos a las postas cubanas a la espera de la riposta y, por siguiente, de una justificación.
Ese peligro continuo, sumado a intentos fallidos por adquirir armamentos y aviones en otros territorios y el sabotaje al vapor La Coubre mientras descargaban armas y municiones procedentes de Bélgica, determinaron, entre otras cuestiones, la aceptación de colocar los cohetes nucleares en el país.
¿CERCANÍA ENTRE WASHINGTON Y LA HABANA?
Para Elier Ramírez, historiador y subdirector del capitalino Centro Fidel Castro Ruz, los documentos y testimonios de la época revelan cómo Kennedy sintió “en carne propia” la inminencia de una guerra termonuclear con terribles consecuencias en el escenario mundial.
Por ello, si bien no desistió de la agresividad y de su defensa a los intereses de Estados Unidos, estableció cierta distención con la URSS mediante el denominado teléfono rojo -una línea directa de comunicación entre ambos territorios-, determinados vínculos comerciales y cierta relajación.
Sin embargo, fue uno de los años de mayor agresividad contra Cuba, hasta que en septiembre, unos meses antes de su asesinato el 22 de noviembre de 1963, Kennedy autorizó una exploración discreta para conocer en qué puntos el gobierno de la nación caribeña podría ceder.
Conocía ya, por distintos canales, que Fidel estaba dispuesto a la búsqueda de un diálogo bilateral y entre las figuras claves en la creación de ese puente comunicativo estuvieron el funcionario estadounidense en Naciones Unidas William Atwood y la periodista Lisa Howard, quien entrevistó al líder revolucionario.
Además de los contactos con el embajador cubano Carlos Lechuga y las conversaciones telefónicas con René Vallejo, por entonces ayudante personal del Comandante en Jefe; intervino como mediador el comunicador francés Jean Daniel, editor del semanario L´Observateur.
De ambas partes surgieron propuestas alusivas al posible intercambio, pero existía temor respecto a una posible filtración de las negociaciones ante la cercanía de las elecciones presidenciales de 1964 y la permanencia de sectores extremistas contrarios a cualquier cambio en la política doméstica.
Algunos asesores de la época planteaban la necesidad de que el país antillano cediera en su apoyo a los movimientos de liberación en el área y abandonara lo que ellos denominaban como la «órbita soviética», luego pretendían la eliminación de Fidel, mediante la estrategia “dulce aproximación a Castro”.
El 22 de noviembre, Lechuga entregaría a un funcionario en Naciones Unidas la agenda elaborada por el líder revolucionario con los posibles temas a debatir, mientras el dirigente recibía en Varadero un recado verbal de Kennedy, transmitido por Jean Daniel.
«Fidel lo interpretó como un mensaje de paz», expresó Ramírez y, a su vez, el presidente estadounidense tenía interés en conocer cómo el estadista y abogado cubano había vivenciado los sucesos vinculados a la Crisis de Octubre y su parecer sobre aquellos hechos que estremecieron al mundo.
Tras el magnicidio contra John F. Kennedy en Dallas, Texas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson asumió la dirección de la Casa Blanca y frenó todas las oportunidades de diálogo y los pasos audaces de su antecesor respecto a Cuba, en componenda directa con la CIA.
Por Danay Galletti Hernández
Fuente: Prensa Latina