Damasco, SANA
La nueva elección presidencial siria ha sido una celebración de la victoria nacional sobre las agresiones externas. Y además ha confirmado la autoridad de Bachar al-Assad, no por sus ideas políticas sino por el valor y la tenacidad que mostró en plena guerra. Las potencias occidentales han perdido esa guerra, pero aún se niegan a reconocer su derrota y otra vez afirman que la elección es ilegal. Los dirigentes occidentales persisten tozudamente en presentar a las autoridades sirias como una banda de torturadores, pero ellos mismos son incapaces de reconocer sus propios crímenes.
La República Árabe Siria acaba de vivir una nueva elección presidencial, a pesar de la hostilidad de las potencias occidentales deseosas de dividirla y de destruir el Estado sirio para imponer a los sirios un “gobierno de transición” calcado del modelo que se aplicó a Alemania y Japón al término de la Segunda Guerra Mundial. Según los observadores internacionales, provenientes de todos los países que mantienen embajadas en Damasco, la elección se desarrolló normalmente. Bachar al-Assad fue ampliamente reelecto para cumplir un cuarto mandato presidencial.
Todo esto amerita algunas explicaciones. En lo esencial, este artículo habría podido ser escrito en 2014, después de la anterior elección presidencial siria, ya que las potencias occidentales mantienen exactamente las mismas posiciones y actitudes de aquella época, a pesar de que han sido derrotadas en el plano militar.
El contexto
En 2010, o sea antes de la guerra, la República Árabe Siria era un Estado en pleno desarrollo demográfico y económico. Su presidente era el jefe de Estado árabe más popular, tanto en su país como en el mundo árabe. Bachar al-Assad solía salir con su esposa, sin escolta, en cualquier lugar de Siria. Era visto en Occidente como un ejemplo positivo de sencillez y modernidad.
Cuando, basándose en informaciones falsas, la ONU autorizó las potencias occidentales a intervenir en Libia, la televisión satelital qatarí Al-Jazeera llamó inútilmente –durante meses– a sus telespectadores en Siria a sublevarse contra el partido Baas. Después de la caída de la Yamahiriya Árabe Libia, arrasada por las bombas de la OTAN, en Siria grupos armados destruyeron símbolos del Estado y atacaron a los civiles. Como en Libia, los sirios encontraban cuerpos desmembrados en las calles.
Finalmente, como resultado de los llamados incesantes de las televisiones Al-Jazeera y al-Arabiya y de la Hermandad Musulmana, empezaron a verse en Siria algunas manifestaciones contra el presidente Bachar al-Assad. Aquellos manifestantes generalmente afirmaban que al-Assad no era un «verdadero musulmán» sino un «infiel alauita». Eran manifestantes que nunca hablaban de democracia, concepto que los islamistas aborrecen. Pero en otras manifestaciones, organizadas por el PSNS (Partido Social Nacionalista Sirio), se criticaba la organización de la administración y se denunciaba el papel abusivo de los servicios secretos.
Mientras tanto, elementos del Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL), que la OTAN acababa de poner en el poder en Trípoli, eran enviados a Turquía, como «refugiados» pero con su armamento, utilizando canales de la ONU, para fundar el denominado «Ejército Libre Sirio» . La «guerra civil» se iniciaba entonces en Siria mientras que los dirigentes occidentales, en vez de reclamar democracia, clamaban a coro «¡Bachar tiene que irse!»
Durante 2 años, la población siria se vio confrontada a dos narraciones diferentes de lo que estaba sucediendo: por un lado, los medios sirios denunciaban una agresión extranjera y no mencionaban las manifestaciones contra el Estado sirio; del otro lado, los medios árabes anunciaban la caída inminente del «régimen de Bachar» y la llegada al poder de un gobierno de la Hermandad Musulmana. De hecho, esa cofradía tenía apoyo en una pequeña parte de la población. En realidad, los desórdenes dejaban muchas más víctimas entre los miembros de la policía siria y del ejército que entre la población civil. Poco a poco, los sirios se dieron cuenta de que, a pesar de sus errores y defectos, quien los protegía era la República, no los yihadistas.
Durante esta «guerra civil» de 3 años, los yihadistas –armados y dirigidos por la OTAN desde la región turca de Izmir (Esmirna)– operaban bajo las órdenes de oficiales turcos, franceses y británicos y ocupaban regiones rurales, mientras que el Ejército Árabe Sirio defendía a la población que buscaba refugio en las ciudades.
En 2014, la aviación de la Federación Rusa intervino –a pedido del gobierno sirio– para destruir las instalaciones subterráneas construidas por los yihadistas. El Ejército Árabe Sirio inició entonces la contraofensiva y comenzó a recuperar los territorios que los yihadistas habían ocupado. Fue entonces, en 2014, cuando la OTAN estimuló la transformación de un grupo yihadista iraquí en lo que fue el Emirato Islámico (Daesh), inicialmente llamado «Estado Islámico en Irak y el Levante» (EIIL) . En un año, el número de yihadistas extranjeros que luchaban contra la República Árabe Siria sobrepasó la cifra de 250 000 hombres. En tales condiciones, es completamente absurdo seguir hablando de «guerra civil».
Ya en 2014, la República Árabe Siria creó un ministerio de la Reconciliación, bajo la dirección de Alí Haidar, líder del PSNS. Durante los 7 años siguientes, la República Árabe Siria concedió sucesivas amnistías a los sirios que habían colaborado con los invasores y les dio así la posibilidad de reintegrarse a la sociedad.
Actualmente, Siria está dividida en 4 partes:
– la parte fundamental del territorio sirio está bajo control del gobierno;
– la gobernación de Idlib, en el noroeste del país, donde están reagrupados los yihadistas, se halla bajo la protección del ejército turco;
– el noreste está bajo la ocupación de tropas de Estados Unidos –que están allí en contra de la voluntad del gobierno sirio y por lo tanto ilegalmente– y de milicias kurdas;
– la meseta del Golán, en el sur, sigue bajo la ocupación militar de Israel, que incluso proclamó unilateralmente la anexión de ese territorio antes de la guerra.
La posición de las potencias extranjeras
A la luz del derecho internacional, la presencia de Irán y Rusia en Siria es legal, ya que fue solicitada por el gobierno sirio. Pero Israel, Turquía y Estados Unidos están ocupando ilegalmente partes del territorio sirio.
Estados Unidos reunió contra Siria la mayor coalición militar de todos los tiempos. Paradójicamente, Washington bautizó esa coalición intervencionista como «Amigos de Siria». Pero no logró mantener unidos a los miembros de esa coalición antisiria, que fueron recobrando poco a poco su autonomía para perseguir cada uno sus objetivos particulares:
– El Pentágono pretendía destruir el Estado sirio, conforme a lo previsto en la doctrina Rumsfeld-Cebrowski ;
– Turquía esperaba anexar territorios perdidos a raíz de la caída del imperio otomano, mencionados en el «Juramento Nacional» de 1920 ;
– Reino Unido trataba de restaurar sus propios intereses económicos imperiales;
– Francia quería reimplantar el mandato que la Sociedad de las Naciones le había otorgado en 1922 .
Al cabo de 10 años de guerra, después del “diálogo” de las armas, está claro que el pueblo sirio quiere conservar su República y que esta se ha puesto bajo la protección de Rusia. Las potencias occidentales ya no podrán modelar Siria a su antojo, ni a corto ni a mediano plazo. Parecería lógico esperar entonces que los líderes occidentales reconociesen por fin que han sido derrotados y que modificaran su discurso. Pero no es eso lo que está sucediendo. En la política, al igual que en la ciencia, las doctrinas no desaparecen obligatoriamente después de haber sido derrotadas o desmentidas, sólo desaparecen con la generación que las lanzó y las defendió.
Así que los medios occidentales se empeñan en seguir divulgando noticias falsas y en lanzar contra el presidente Assad y la República Árabe Siria acusaciones sobre supuestas torturas y otras atrocidades, exactamente como lo hizo el III Reich cuando describía al general francés Charles de Gaulle como un lacayo de los judíos y de los ingleses que encabezaba una banda de mercenarios y torturadores.
Justo antes de la nueva elección presidencial siria, Washington y Bruselas se concertaron sobre su posición común. Según el gobierno de Estados Unidos y la Unión Europea, la nueva elección presidencial siria no tendría valor legal porque supuestamente contradice la resolución 2254 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Pero la resolución 2254, adoptada hace 6 años, nunca menciona la elección presidencial. Lo que sí plantea ese texto es que el futuro de Siria pertenece únicamente a los sirios y confirma la legitimidad de la lucha de la República contra los grupos yihadistas. El hecho es que después de la adopción de esa resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU vinieron las negociaciones en Suiza entre las diferentes partes sirias, seguidas de otros encuentros paralelos en Rusia. Las delegaciones participantes en esos encuentros decidieron reformar la Constitución siria, lo cual nunca llegaron a concretar. Y, poco a poco, los colaboradores de la OTAN –los llamados «opositores»– han venido deponiendo las armas, y ya no hay «opositores» creíbles con quienes continuar las conversaciones.
Los refugiados sirios
En 2010, la República Árabe Siria contaba 20 millones de ciudadanos sirios residentes en suelo sirio, así como 2 millones de refugiados palestinos e iraquíes. En 2011, Turquía construyó nuevas ciudades cerca de su frontera con Siria y llamó los sirios a residir en ellas hasta que se restaurase la paz del lado sirio. Turquía aplicaba así una estrategia de la OTAN concebida para privar a Siria de su población civil. Posteriormente, Turquía aplicó un sistema de selección a esa masa de refugiados, se quedó con los sunnitas para ponerlos a trabajar en sus fábricas y envió los demás a Europa. Al mismo tiempo, otra masa de sirios llegaba a Líbano y Jordania huyendo de los combates. Actualmente, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR o UNHCR por sus siglas en inglés) tiene un total de 5,4 millones de refugiados sirios registrados en todo el mundo.
El estado de desorganización en el país hace imposible determinar con precisión la cantidad de muertes provocadas por la guerra contra Siria. Se habla de al menos 400 000 sirios muertos, aunque es posible que la cifra real sea muy superior, y de al menos 100 000 yihadistas extranjeros muertos durante la guerra.
También se desconocen la cantidad exacta y la nacionalidad de la población que se halla en las zonas que permanecen bajo control turco o estadounidense. Durante la guerra, las potencias y los medios occidentales divulgaron sin descanso cifras absolutamente grotescas. Hablaron, por ejemplo, de un millón de «demócratas» en la Ghouta Oriental (en las afueras de Damasco, la capital). Pero cuando el ejército regular sirio recuperó esa región se comprobó que allí había sólo 140 000 personas (90 000 sirios y 50 000 extranjeros). La cifra de 3 millones de habitantes en las zonas ocupadas, proveniente de medios y agencias occidentales, probablemente no tiene ya ningún valor.
En todo caso, se cuentan 18,1 millones de ciudadanos sirios, según la República Árabe Siria. Pero hay muchos sirios que no se han puesto en contacto con las autoridades de su país y que siguen viviendo quizás como refugiados en el extranjero.
Olvidando sus propias tácticas demográficas y autoengañados por su propia propaganda contra Siria, los gobiernos occidentales creen que los refugiados sirios salieron de su país huyendo de la «dictadura». Pero en Líbano la organización de la votación para la elección presidencial siria en la embajada de Siria en Beirut dio lugar a inesperadas manifestaciones de júbilo por la victoria de la República frente a la agresión externa… como en 2014. De hecho, la inmensa mayoría de los refugiados sirios han proclamado siempre que no salieron de su país huyendo del «régimen» sino tratando de escapar a la barbarie de los yihadistas.
La candidatura de Bachar al-Assad
Contrariamente a la versión propalada en Occidente, Bachar al-Assad no «heredó» la presidencia. Ni siquiera estaba previsto que se dedicara a la política y en 1992 se había instalado en Londres, ejerciendo como oftalmólogo. Allí se esforzaba por estar al servicio de sus pacientes, al extremo de negarse a abrir un consultorio privado y preferir trabajar en un hospital accesible a todos. Sin embargo, después de la muerte de su hermano Bassel, Bachar acepta regresar al país y hacer estudios en una academia militar. En 1998, su padre, el presidente Haffez al-Assad, lo pone a la cabeza de la Sociedad Informática Siria y posteriormente le confía varias misiones diplomáticas. Cuando fallece el presidente Haffez al-Assad, Bachar no es candidato a la sucesión, pero la muerte de su padre abre un periodo de incertitud para el país. Es solamente a solicitud del partido Baas –en aquel momento partido único– que Bachar al-Assad acepta la presidencia de la República y los sirios confirman su nominación mediante en referéndum. Siendo ya presidente de la República, Bachar al-Assad emprende un esfuerzo de liberalización y modernización de su país.
En esa época, el presidente sirio se comporta como un dirigente europeo, ni mejor ni peor. Pero en 2011, cuando Siria se convierte en blanco de ataques externos y las potencias occidentales le ofrecen a él todo tipo de privilegios personales si acepta abandonar el país, Bachar al-Assad no se deja comprar. La familia Assad –en árabe “Assad” significa “león”– es conocida por su sentido del deber. Este hombre común se revela entonces como un dirigente excepcional. Como el francés Charles de Gaulle, Bachar al-Assad pasa de la categoría de hombre común a la de libertador de su país.
La elección presidencial siria de 2021
En virtud de la ley siria sólo pueden ser candidatos a la presidencia los ciudadanos sirios que han vivido en el país durante los 10 últimos años, o sea durante la guerra, lo cual es una manera de descalificar a quienes corrieron a venderse a Occidente. Sólo 3 personalidades presentaron sus candidaturas para participar en la elección presidencial de 2021. Estos candidatos subrayaron públicamente los problemas sociales creados por los años de guerra y expusieron sus propuestas para resolverlos.
Pero la votación misma no podía ser más que un plebiscito porque acabó convirtiéndose en expresión del agradecimiento de la Nación al hombre que asumió el deber de salvarla. Las cifras son elocuentes: votó el 76,64% de los electores inscritos y el 95,1% de los votantes optó por Bachar al-Assad. Mucho más que en 2014.
Y la multitud celebró la victoria en todas partes, festejando tanto el triunfo en la elección presidencial como la victoria de los sirios en la guerra contra los invasores.
Esa es la victoria que las potencias y los líderes occidentales no quieren ver. Siguen asustados por el recuerdo de sus propios crímenes y se empeñan en tratar de ocultarlos: en Siria, la mayoría de las viviendas –ciudades enteras–son sólo montones de escombros, un millón y medio de sirios han quedados mutilados y al menos 400 000 hijos de Siria han muerto.
Por Thierry Meyssan
Fuente: Voltairenet