Damasco, SANA
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible promovida por Naciones Unidas, contempla 17 objetivos de trabajo estrechamente vinculados entre sí, uno de los cuales es el tema del agua, utilización y saneamiento, actualmente un dilema de vida o muerte para Siria.
El territorio de esta nación del Levante y punto geográfico entre Asia y Europa, junto a áreas de Iraq, Jordania y Líbano, recibió la definición histórica de Creciente Fértil por ser sobre todo la convergencia de mayor a menor por su importancia, de los ríos Tigris, Jordán y Éufrates, fuentes fluviales vitales para el desarrollo.
Durante miles de años y a pesar de que casi dos tercios de su geografía son desérticos pero combinados con la influencia climática y ambiental del mar Mediterráneo, esos cursos naturales de agua posibilitaron el avance de centros urbanos como Alepo, Raqqa y Deir Ezzor, cabeceras de las provincias de igual nombre y de Palmira, un oasis excepcional en medio del vasto desierto de Al Badiya, en la de Homs.
De igual forma, esas condiciones naturales propiciaron la estructuración de reinos y estados como el de la propia Palmira y los de Ebla y Ugarit, con aportes significativos a la cultura, el lenguaje y los primeros asentamientos denominados protourbanos al sur, norte y este de la provincia siria de Hasaka, y que en total suman en la actualidad algo más de 136 mil kilómetros cuadrados y cerca de 10 millones de habitantes.
A este panorama deben sumarse las áreas geográficas influenciadas por los ríos Jordán y Orontes, en el sur y centro del país, de importancia vital para la subsistencia de la vida, la irrigación y la agricultura para ciudades claves como la capital, Damasco, o las provincias de Quneitra y Sweida, fundamentalmente.
LAS CONDICIONES DE LAS FUENTES FLUVIALES
En los casi 10 años de guerra impuesta a Siria, las agendas promovidas y ejecutadas desde Estados Unidos, Europa Occidental y gobiernos aliados en la región han sido dirigidas al sabotaje de plantas de tratamiento de agua, fuentes como las del río Baradá, que atraviesa Damasco y los sistemas de irrigación para la agricultura, un sector que aportaba antes de la crisis el 26 por ciento del Producto Interno Bruto (PBI).
Tales acciones pretenden asfixiar a una nación que con más virtudes que defectos, logró satisfacer nacionalmente las necesidades de cereales, vegetales, frutas y algodón, y ganadería ovina y vacuna en áreas que abarcan en todo el país, más de dos millones 600 mil hectáreas, el autoabastecimiento de 75 por ciento de las comunidades rurales y que facilitan no menos del 14 por ciento de la fuerza de trabajo.
Para el caso, en medio de una dramática situación agravada por la guerra, el terrorismo y la injerencia externa, aunado con un incrementado bloqueo comercial- financiero, representan a la fecha pérdidas en los recursos hídricos de 139 mil 770 millones de dólares, el 29,7 por ciento del total de 500 mil millones de dólares en el sector económico en general.
Las afectaciones abarcan los ríos Tigris, Éufrates y Orontes, y presas y lagos como Assad, Ar Rastán, Qattina, Tashree y Al Khabour, en el centro y norte de Siria, así como las del Yarmuk, Baradá y las fuentes de agua medicinal y potable de Al Fijar, en Damasco y el sur de la nación, estrechamente vinculadas a las del Jordán, entre las imprescindibles para la vida.
Dichas fuentes hídricas, especialmente en el norte y sur, son objeto de control y explotación por fuerzas militares estadounidenses y turcas, en alianza con grupos extremistas como las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), integradas mayormente por kurdos y que en el caso de la región de Hasaka, limitan al máximo el acceso a éstas de una población estimada en algo más de un millón de personas.
EL CASO MÁS GRAVE
De este dramático panorama, sin precedentes en la región del Medio Oriente, donde según Naciones Unidas solamente se tiene acceso a una sexta parte de los recursos hídricos del mundo, se une el paulatino despojo a Siria de una fuente como el río Jordán, de especial importancia no solamente para esta nación del Levante sino para Líbano, Jordania e Israel.
Es precisamente el régimen sionista de Israel el que desde 1967 ocupó las Alturas sirias del Golán y una de las laderas del monte Hermón, donde nace el Jordán y a partir del cual Tel Aviv se abastece de algo más del 15 por ciento de sus necesidades acuíferas y agrícolas en detrimento de sus vecinos.
Según el Instituto para los Recursos Hídricos Mundiales, Israel controla anualmente 700 millones de metros cúbicos de agua procedentes del Jordán, seis veces más que hace 10 años, algo carente de equitativa distribución de los recursos naturales según organismos internacionales, entre ellos Naciones Unidas.
A la fecha, de acuerdo con fuentes especializadas, el régimen sionista de Israel recibe el doble de agua que Jordania, el triple de Siria y más del 50 por ciento de los territorios palestinos, todo en contravención de los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Informes actualizados de la Organización de Naciones Unidas señalan que el tema del agua afecta a corto y mediano plazo además de Siria, a otros nueve países del Medio Oriente.
Su representante de la Cruz Roja Internacional, Robert Mardino, exhortó a que ‘ya es hora de que las partes en conflicto dejen de usar el agua como táctica para debilitar a sus enemigos o reforzar su posición en las negociaciones. El agua debe fluir para todo el mundo’.
Por Pedro García Hernández
Fuente: Prensa Latina